Las propiedades de las plantas la aprendió del entorno donde el boticario preparaba los medicamentos con hojas, cortezas, gotas del rocío y todo lo que se extraía del medio ambiente. Supo de cómo curar el nombrado “empacho”, (ingesta), la “disipela”, (linfangitis), de correr una ventosa. El secreto vino a él por su abuela que curaba en silencio. Por algo la madre lo nombró Ángel que significa mensajero y Jesús, el primero conocido que curaba con la aplicación de las manos en puntos energéticos del cuerpo.
En esta ciudad al Doctor Quintero lo conoce todo el mundo. Para muchos un personaje, de hecho, representa una personalidad en el Oriente del país. El punto de partida de la profesión se remonta a los años del 1970 en su terruño como pediatra; con las carestías de medicamentos se inclina hacia la medicina natural tradicional y se adiestra en esta disciplina, tan vetusta como el mismo umbral del ser humano.
En 1994 creó un departamento dedicado a estos menesteres con un pequeño grupo de seguidores en Santiago de Cuba. Una respuesta necesaria durante el período especial cubano y el movimiento mundial que apuntaba hacia las curas naturales. Surgió así la clínica de medicina tradicional en el policlínico infantil Sur. El recinto fu un templo de silencio y buenas costumbres, condiciones esenciales para los tratamientos aplicados que requieren concentración y paz. Las modalidades incluyeron ventosas, reflexología, peloide, moxibustión, reiki, acupuntura, auricoterapia, pirámides, masaje chino, digitopuntura y terapia floral.
En la clínica no tuvo complejas tecnologías pero si muchos terapeutas que aplicaban la primera divisa para aliviar un dolor: la compresión, una sonrisa y cariño, después tutelan el tratamiento con las destrezas antiguas para estabilizar el desequilibrio energético del cuerpo que denominamos enfermedad.
El doctor Quintero sin proponérselo salda la deuda que tiene nuestra civilización con los sanadores anónimos que la historia no testimonió.
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