viernes, 23 de septiembre de 2016

En busca de Jorge Lefebre en su ciudad natal.

En busca de Jorge Lefebre en su ciudad natal.

Por María Elena López Jiménez

La casa de calle H no. 60 del reparto Sueño de Santiago de Cuba sigue con sus recuerdos y los moradores aún conservan los momentos que el destacado coreógrafo Jorge Lefebre se reencontró con el sitio exacto donde nació. “No hay olvido, dijo, esta habitación fue el primer refugio de mi infancia”.

Los vecinos más antiguos de la barriada recuerdan con cariño a Pachicho como le apodaban de niño y jovencito. Así testimonian Esperanza Quintana y Ricardo López; de familia muy humilde, la madre se dedicaba a la costura para el principal sustento de la casa; su paso para la capital cubana fue con mucho sacrificio y tuvo que retornar a su ciudad de donde logró viajar a Estados Unidos con ayuda de amigos, entre ellos, la conocida pianista Dulce María Serret.

El destacado santiaguero corrió mundo y en muchos escenarios demostró su talento hasta la hora de volver a su tierra; era una deuda con los coterráneos que lo admiraban y amaban entrañablemente… Y  su viaje, en el que sembró la simiente para la creación del Ballet Santiago, era su adiós definitivo. Corrían los años 80 del siglo XX  cuando regresó con un mundo de sueños por realizar; la ciudad le brindó lo que quiso: un mestizaje de lo clásico con lo afrocubano.

¿Dónde podría encontrar la fusión exacta para un ballet?.

Se facturó el proyecto de un documental que ha permanecido trunco; el realizador también desapareció físicamente,  queda su guionista, quien busca incesantemente los vestigios de imágenes e información que un día compiló. Las obras “Ercilí” y “Consagración” se conservaban en los archivos de Tele Turquino. Ellas hablaban de la unión apasionada con el Ballet Real de Wallonie de Bélgica, el Ballet de Camagüey, alumnos de la escuela vocacional de Arte José María Heredia de la provincia y los conjuntos, Folclórico de Oriente y Cutumba.

Los estrenos fueron en el Teatro Oriente en 1988, todo un acontecimiento; el destacado coreógrafo vivió momentos únicos en su corta estancia pero intensa de trabajo con sus coterráneos… Disfrutó como nadie ese año del Festival del Caribe, del andar ondulante de los hijos de esta ciudad, de su música, costumbres y haceres.

Parecía que Santiago de Cuba le daba a conocer todo lo que no vivió en su ausencia… En 1990 desapareció un día hasta que los medios de difusión publicaron la noticia: Jorge Lefebre ha muerto aquejado de una grave dolencia, en Charleroi (Bélgica) el 15 de mayo de 1990… Lefebre dirigía el Royal Ballet de Wallonie, en Bélgica hasta el mismo instante de su desaparición física.

En distintos páginas virtuales se relata muy escuetamente su trayectoria: “es un artista que desarrolló su obra lejos de Cuba y dentro de las concepciones más contemporáneas del ballet por lo que no fue muy representado por el Ballet Nacional de Cuba, apegado a la tradición clásica de su directora Alicia Alonso.

A pesar de ello mantuvo un nexo con la cultura cubana, al igual que su esposa Menia Martínez. Lo primero que le montó el Ballet Nacional de Cuba fue “Edipo Rey” (1970), aunque también se bailaron sus obras en el de Camagüey y la compañía de Danza Contemporánea.

En 1971 estrenó con el Ballet Siglo XX de Bejart, “La sinfonía del Nuevo Mundo”, a la que siguieron “Salomé” (1975), “Yagruma” (1975), “El pájaro de fuego” (1976), “La noche de los mayas” (1976), “Diálogo y encuentro” (1978) y “La Caza” (1979).

En Lefrebre está muy presente el acento negro de la cultura cubana, tanto en el modo de bailar como en los temas que escoge, poniendo a dialogar la mitología clásica con la de su mundo afrocubano.

Actualmente la ciudad exhibe el proyecto danzario infantil y juvenil Jorge Lefebre, dirigido por la destacada profesora y promotora cultural Tania Bell Mosqueda, quien rinde tributo a un santiaguero grande del arte, nacido el 24 de marzo de 1936 en una morada que aún permanece como un tierno testigo de una vida. Y por supuesto, los noveles bailarines que llevan su nombre para que perdure por siempre.

lunes, 29 de agosto de 2016

Santiago de Cuba, la primigenia del bolero como género musical

Cuando se hable de boleros en Cuba, irremediablemente, hay que remitirse a esta ciudad suroriental que es la primigenia en el país con la página de Pepe Sánchez, “Tristezas”, la inicial del género romántico, surgida a finales del siglo XIX.

Y ahora que están los preparativos del Festival y Congreso Mundial del Bolero en la Ciudad de México, previsto para 25 hasta 28 de agosto, hay que volver los ojos agradecidos a la ciudad cubana, bolerista por excelencia, la que ha dado al orbe artistas de renombres cultores de páginas de oro, dígase Enrique Bonne, Fernando Álvarez, Pacho Alonso, Santy Garay, La Lupe, y la pléyade de trovadores que cantaron al amor, háblese del mismo Pepe Sánchez, los Matamoros y Sindo Garay, quienes incursionaron por este camino del arte.

Las investigaciones indican para aquella época, dos siglos atrás, la isla de Cuba tenía lazos muy fuertes con España,  así como su influencia musical. Aquel bolero español consistía en música con acompañamiento de castañuelas, tamboril y guitarra; era muy atrayente la versión hispana de movimiento danzante y ligero. Y que, también, su nombre podría tener sus orígenes en la expresión Voleo (volar) y que los bailes españoles muestran este voleo. De las cajas de madera, como percusión y  el uso de la guitarra llegó el bolero al Caribe, concretamente a Cuba, donde se le dio ese compás cadencioso y mágico con sus bongós, tumbadoras y guitarras.

Y entre historia e historias, se sabe que un sastre santiaguero, del barrio de los Hoyos, el mulato Pepe Sánchez, por el año 1883, se inspiró en una página inmortal, dándole el sello cubano al primer bolero en el Caribe. Fue el paso inicial del género en Latinoamérica y en el mundo. Otros incursionan en diversos relatos y declaran que los mexicanos continuaron cultivando el género al igual que en Cuba y que al paso de los años, la tierra azteca lo adoptó.

Se reconoce que aunque no haya tenido la jerarquía del origen, México tiene una gran importancia para el desarrollo  de esta música. Tanto, que muchos dicen que el bolero nació en el país de las rancheras.

TristezasHijas de la vieja trova santiaguera, las letras del primer bolero, brotaron: “Tristezas me dan tus quejas mujer, profundo dolor que dudes de mí ; no hay prueba de amor que deje entrever, cuanto sufro y padezco por ti. La vida es adversa conmigo, no deja ensanchar mi pasión, un beso me diste un día, lo guardo en mi corazón'”.

En 1919, apareció el primer bolero mexicano con la autoría de Armando Villarreal, ejecutante de violín, bajo el título “Morenita mía”. He aquí un fragmento: "Conocí a una linda morenita y la quise mucho. Por las tardes iba a enamorarla  y cariñoso a verla. Al contemplar sus ojos mi pasión crecía; ¡Hay Morena!! Morenita mía no te olvidaré…!

La radiodifusión por aquel entonces fue decisiva para la expansión en el orbe. El siglo XX brilló con letras que aun hoy se interpretan; y en los años 50, Lucho Gatica irrumpió como un himno; al igual que Olga Guillot, Vicentico Valdés, Daniel Santos, el trio Los Panchos, Agustín Lara, Cesar Portillo de la luz, en fin, voces que lo acrecentaron… En la década de 1950 alcanzó su apogeo mayor en México.

Según el musicólogo Helio Orovio, el bolero constituye la primera gran síntesis vocal de la música del país, que al traspasar fronteras registra permanencia universal; constituye la fusión de factores hispanos y afrocubanos, presentes en la línea acompañante de la guitarra y la melodía. Evolucionó con diversas variantes como el bolero-moruno, bolero-mambo y bolero-beguine, que dieron éxito a sus cultores.

Aunque esté muy vinculado desde siempre a bares, barras, vitrolas, besos, pasión, amores y males de amores, también es un género para interpretarse en grandes escenarios, por lo que en Cuba se creó el Festival internacional Boleros de Oro, cita relevante que reúne a compositores, intérpretes, investigadores y todos los amantes del género.

Organizado por la Asociación de Músicos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con el coauspicio del Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano de la Música y el Instituto Cubano de Radio y Televisión; el evento se celebra en La Habana desde hace 29 años; en Santiago de Cuba tuvo su subsede por una larga temporada pero actualmente se festeja en cada junio “Boleros en Santiago”.

Por supuesto, en la tierra de trovadores no podía faltar la pasión de los arpegios y el bolero es obra de amor. Las huellas se divisan en cada sitio de la ciudad protagonista de páginas imperecederas que entran sin lugar a dudas en la historia de los boleros de Oro. Nuestro Enrique Bonne, dice de los andares, cuando recalca “dame la mano y caminemos. . .”, o “suenan las campanas de la iglesia…”.

Y en este comentario no podía faltar un artista que nunca se alejó de la ciudad y que su voz se escuchaba por toda el área caribeña; se trata de Santi Garay, quien falleciera en diciembre del 2008, el santiaguero creó su sonora para el disfrute de sus seguidores; privilegio de recuerdos, en el rincón del Bolero de Oro en la sede de la UNEAC; aquí se hurga sobre Santiago de Cuba y sus boleristas que retornan al universo noticioso cada vez que en cualquier parte del mundo se toque al género romántico musical.

Y pronto, en el Festival y Congreso Mundial en México, seguro que la ciudad madre del bolero estará presente como parte de un camino, casi leyenda, contribuyendo al noble propósito de inscribir el expediente para postular al Bolero como Patrimonio de la Cultura Inmaterial de la humanidad.